“(…)
Por lo tanto es absolutamente necesario morir, porque, mientras estamos vivos,
carecemos de sentido, y el lenguaje de nuestra vida (con el que nos expresamos,
y al que atribuimos la máxima importancia) es intraducible: un caos de
posibilidades, una búsqueda de relaciones y de significados sin solución de
continuidad. La muerte efectúa un montaje fulmíneo sobre nuestra vida: o sea,
elige sus momentos de veras significativos (ya no modificables por otros
posibles momentos contrarios o incoherentes) y los pone en sucesión, convirtiendo
nuestro presente, infinito, inestable e incierto, y por lo tanto
lingüísticamente no descriptible, en un pasado claro, estable, cierto y que,
así, se deja describir lingüísticamente (…). Sólo gracias a la muerte, nuestra
vida nos sirve para expresarnos (…)”.
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