Brasilia
Clarice Lispector
EN LOS INICIOS DE BRASILIA
Brasilia está construída en la línea del horizonte
–Brasilia es artificial. Tan artificial como ha de haber sido el mundo cuando
fue creado. Cuando el mundo fue creado, fue necesario crear un hombre
especialmente para aquel mundo. Nosotros estamos todos deformados por la
adaptación a la libertad de Dios. No sabemos cómo seríamos si hubiésemos sido
creados en primer lugar, y después el mundo deformado según nuestras
necesidades. Brasilia todavía no tiene al hombre de Brasilia. –Si yo dijera que
Brasilia es linda, percibirían de inmediato que me gustó la ciudad. Pero si
digo que Brasilia es la imagen de mi insomnio, ven en esto una acusación; pero
mi insomnio soy, es vívido, es mi espanto. Los dos arquitectos no pensaron en
construir belleza, sería fácil; ellos levantaron su espanto, y dejaron
inexplicado el espanto. La creación no es comprensión, es un nuevo misterio.
–Morí, un día abrí los ojos y era Brasilia. Estaba sola en el mundo. Había un
taxi parado. Sin chofer. –Lúcio Costa y Oscar Niemayer, dos hombres solitarios.
–Veo a Brasilia como veo a Roma: Brasilia empezó con una simplificación final
de ruinas. La hiedra todavía no creció. –Además del viento hay otra cosa que
sopla. Sólo se reconoce la crispación sobrenatural del lago. –En cualquier
lugar donde donde se está de pie, un niño se puede caer, y quedar fuera del
mundo. Brasilia queda en la orilla. –Si yo viviera aquí, dejaría que mis
cabellos crecieran hasta el piso. –Brasilia es de un pasado esplendoroso que ya
no existe más. Hace milenios desapareció ese tipo de civilización. En el siglo
IV a.C. estaba habitada por hombres y mujeres rubios y altísimos, que no eran
americanos ni suecos, y que brillaban al sol. Eran todos ciegos. Es por eso que
en Brasilia no se corre el riesgo de tropezar. Los brasiliarios se vestían con
oro blanco. La raza se extinguió porque nacían pocos hijos. Cuanto más bellos
los brasiliarios, más ciegos y más puros y más centelleantes, y menos hijos. No
había nada en nombre de lo cual morir. Milenios después fue descubierta por una
banda de foragidos que en ningún otro lugar serían recibidos; ellos no tenían
nada que perder. Allí encendieron fuego, armaron tiendas, poco a poco excavaron
las arenas que cubrían la ciudad. Eran hombres y mujeres más pequeños y
morenos, de ojos esquivos e inquietos, y que, por ser fugitivos y estar
desesperados, tenían en nombre de qué vivir y morir. Habitaron las casas en
ruinas, se multiplicaron, y construyeron una raza humana muy contemplativa.
–Esperé por la noche, como quien espera por las sombras para poder
escabullirse. Cuando llegó la noche, me di cuenta con horror de que era inútil:
donde estuviera, me verían. Lo que me aterroriza es: ¿quién? –Fue construida
sin lugar para ratas. Toda una parte nuestra, la peor, exactamente la que
siente horror por las ratas, esa parte no tiene cabida en Brasilia. Ellos
quisieron negar que no servimos para nada. Construcciones con espacio calculado
para las nubes. El infierno me entiende mejor. Pero las ratas, todas muy
grandes, la están invadiendo. Es un titular de los diarios. –Aquí tengo miedo
–Este gran silencio visual que yo amo. También mi insomnio habría creado esta
paz del nunca. También yo, como ellos dos que son monjes, meditaría en este
desierto. Donde no hay lugar para las tentaciones. Pero veo a lo lejos buitres
que sobrevuelan. ¿Qué se está muriendo mi Dios? –No lloré ni una vez en
Brasilia. No había motivo. –Es una playa sin mar. –En Brasilia no hay por donde
entrar, ni hay por dónde salir. –Mamá, es lindo verte de pie con esa capa
blanca, volando (Es que estoy muerta mi hijo). –Una prisión al aire libre. De
cualquier manera, no habría dónde escapar. Pues quien huye se dirigiría
probablemente a Brasilia. Me atraparon en libertad. Pero libertad es sólo lo
que se conquista. Cuando me la conceden, me están ordenando ser libre. –Todo un
costado de frialdad humana que tengo, lo encuentro en mí aquí en Brasilia, y
florece gélido, potente, fuerza helada de la naturaleza. Aquí es el lugar donde
mis crímenes (no los peores, sino los que comprenderé en mí), donde mis
crímenes no serían de amor. Me voy a los otros crímenes, los que Dios y yo
comprendemos. Pero sé que volveré. Me atrae aquí lo que en mí me asusta. –Nunca
vi nada igual en el mundo. Pero reconozco esta ciudad en lo más profundo de mi
sueño. Lo más profundo de mi sueño es una lucidez. –Pues como iba diciendo,
Flash Gordon… -Si me retrataran de pie en Brasilia, cuando revelaran la
fotografía sólo saldría el paisaje. -¿Dónde están las jirafas de Brasilia?
-Cierta crispación mía, ciertos silencios, hacen que mi hijo diga: caramba, los
adultos son tremendos. –Es urgente. Si no la pueblan, o mejor superpueblan,
otra cosa va a habitarla. Y si eso sucede, será demasiado tarde: no habrá lugar
para las personas. Se sentirán tácitamente expulsadas. –El alma aquí no hace
sombras en el piso. –Los primeros dos días estuve sin hambre. Me parecía que
todo sería comida de avión. –De noche extendí mi rostro hacia el silencio. Sé
que hay una hora desconocida en que el maná baja y humedece las tierras de
Brasilia. –Por más cerca que se esté, todo aquí se ve de lejos. No encontré un
modo de tocar. Pero por lo menos esta ventaja a mi favor: antes de llegar aquí,
ya sabía cómo tocar de lejos. Nunca me desesperé demasiado: de lejos, yo
tocaba. Tuve mucho, y no lo que toqué, sabes. Mujer rica es así. Es Brasilia
pura. –La ciudad de Brasilia queda fuera de la ciudad. –Boys, boys, come
here, will you, look who is comming on the street all dressed up in modernistic
style. It ain’t nobody but… (Aunt Hangar’s Blues, Ted Lewis and His Band,
con Jimmy Dorsey en clarinete.) –Esa belleza que asusta, esa ciudad trazada en
el aire. –Por ahora no puede nacer el samba en Brasilia. –Brasilia no me
permite cansarme. Persigue un poco. Bien dispuesta, bien dispuesta, bien
dispuesta, me siento bien. Y finalmente siempre cultivé mi cansancio, como mi
más rica pasividad. –Todo eso es hoy. Sólo Dios sabe lo que pasará con
Brasilia. Es que el azar aquí es abrupto. –Brasilia es fantasmal. Es el perfil
inmóvil de una cosa. –De mi insomnio miro por la ventana del hotel a las tres
de la madrugada. Brasilia es el paisaje del insomnio. Nunca duerme. –Aquí el
ser orgánico no se deteriora. Se petrifica. –Yo querría ver dispersas por
Brasilia 500 mil águilas del más negro ónix. –Brasilia es asexuada. –El primer
instante de ver es como cierto instante de la embriaguez: los pies que no tocan
la tierra. –Qué profundo se respira en Brasilia. El que respira empieza a
querer. Y querer, es lo que no se puede. No hay. ¿Será que lo habrá? No veo
dónde. –No me espantaría cruzarme con árabes por las calles. Árabes antiguos y
muertos. –Aquí muere mi pasión. Y adquiero una lucidez que me vuelve grandiosa
en vano. Soy fabulosa e inútil, soy de puro oro. Y casi mediúmnica. –Si hay
algún crimen que la humanidad todavía no cometió, este crimen nuevo será aquí
inaugurado. Y tan poco secreto, tan bien adecuado al planalto, que nadie lo
sabrá jamás. –Aquí es el lugar donde el espacio más se parece con el tiempo.
–Estoy segura de que aquí es mi lugar. Pero es que la tierra me envició
demasiado. Tengo malos hábitos de vida. –La erosión va a desnudar a Brasilia
hasta el hueso. –El aire religioso que sentí desde el primer instante, y que
negué. Esta ciudad se obtuvo mediante el rezo. Dos hombres beatificados por la
soledad me crearon aquí de pie, inquieta, sola, al viento. Hacen tanta falta
caballos blancos sueltos en Brasilia. De noche ellos serían verdes a la luz de
la luna. –Sé lo que los dos quisieron: la lentitud y el silencio, que también
es la idea que me hago de la eternidad. Ambos crearon el retrato de una ciudad
eterna. –Hay algo aquí que me da miedo. Cuando descubra lo que me asusta, sabré
también qué amo aquí. El miedo siempre me guió hacia lo que yo quiero; y,
porque quiero, temo. Muchas veces fue el miedo el que me tomó de la mano y me
condujo. El miedo me lleva al peligro. Y todo lo que yo amo es riesgoso. –En
Brasilia están los cráteres de la Luna. –La belleza de Brasilia son sus
estatuas invisibles.